JOHANNES KEPLER
LA ARMONIA DEL MUNDO DE JOHANNES KEPLER
“Pero en medio de
todo está el Sol. Porque ¿quién podría colocar, en este templo hermosísimo,
esta lámpara en otro o mejor lugar que ése, desde el cual puede, al mismo
tiempo, iluminar el conjunto? Algunos, y no sin razón, le llaman la luz del
mundo; otros, el alma o gobernante. Trimegisto le llama el Dios visible, y
Sófocles, en su Electra, el que todo lo ve. Así en realidad, el Sol, sentado en
trono real, dirige la ronda de la familia de los astros.”
Así de contundente
dictaba Copérnico en su revolucionaria obra “Sobre la revolución de los orbes
celestes” con la que, definitivamente, se iniciaba el heliocentrismo como un
tren sin frenos. Estas palabras hicieron mella en la joven mente de Johannes
Kepler que, en una época en la que se estaban removiendo los mismísimos
cimientos del mundo, se declaró heliocentrista convencido. Pese a tener un
pensamiento más próximo al medievo que a la era moderna, este enigmático y
desconocido científico fue capaz, por fin, de darle una armonía al mundo y
desentrañar los movimientos de los astros.
Kepler nació en el
seno de una buena familia venida a menos, en una pequeña localidad del sur de
Alemania llamada Weil, en 1571. Ya desde pequeño, y a lo largo del resto de su
vida, se vio perseguido por la mala suerte. Su tía fue quemada en la hoguera
por brujería y más tarde su propia madre fue acusada por la inquisición por la
misma razón; aunque afortunadamente consiguió librarse de la suerte de su
hermana. Su primera esposa murió a causa de la locura y los 7 hijos que tuvo
con la segunda murieron antes que él a causa de accidentes y enfermedades. No
es aventurado, pues, pensar que Johannes Kepler se refugió en los cielos a la
vez que en su propia mente. Platónico empedernido, se tomó como meta en la vida
desentrañar los secretos del cosmos, pues una creación divina no podía sino
responder a una ley tan bella como simple. Así que, lleno de determinación,
emprendió un camino que ni siquiera él mismo pudo llegar a imaginarse. Fue además un hombre capaz de trascender sus
propios prejuicios, dejando a un lado las ideas preconcebidas que todavía se
arrastraban de Aristóteles, para ceñirse exclusivamente al estudio de datos
exhaustivos (fueran cuales fueran sus implicaciones). Y en aquella época, los
datos más precisos del mundo estaban el poder de Tycho Brahe.
Tycho Brahe fue un
excéntrico noble apasionado de la astronomía que no solo perfeccionó, sino que
también inventó, nuevos aparatos de medida. Su precisión en las mediciones y
observaciones, siempre a simple vista, llegaron prácticamente al límite de lo
que era posible antes de la invención del telescopio. No obstante, poco tiempo
después, Galileo decidió utilizarlo para algo más que para la navegación y
decidió apuntarlo hacia el cielo. Tycho Brahe sin embargo, era un detractor
acérrimo de la teoría heliocéntrica de Copérnico y no fue capaz de aceptar la
abrumadora evidencia de su trabajo le ponía ante sus ojos. No obstante,
contribuyó de una forma decisiva al definitivo derrumbe de dos de los grandes
pilares de la cosmología del medievo:
1.- la
inmutabilidad de los cielos, demostrando que la supernova aparecida en 1572 no
era un fenómeno sublunar sino la aparición de una nueva estrella.
2.- la existencia
de las esferas cristalinas que transportaban los planetas, conclusión a la que
llegó estudiando la trayectoria de los cometas.
Kepler, atraído por
la magnitud de su trabajo, quiso obtener los datos de Tycho para así poder
desentrañar la armonía del movimiento planetario, de forma que el 1 de enero
del año 1600 puso rumbo al observatorio de este último. La relación no fue
buena, pues hablamos de dos mentalidades completamente diferentes: pensamiento
moderno frente a pensamiento medieval. Lamentablemente su trabajo conjunto no
llegó a dos años, Tycho Brahe murió en 1601. Kepler entonces se obcecó en
conseguir los datos, viéndose obligado a robárselos a la familia Brahe.
Y éste fue el principio de todo. Kepler
era un excelente matemático (recordemos que las matemáticas entonces no estaban
muy desarrolladas) y utilizando todo su ingenio se lanzó a estudiar las
posiciones planetarias, primero de la Tierra, pues ahora estaba en movimiento,
y después de Marte, el más enigmático de todos. La enorme precisión de los
datos de Tycho Brahe le permitió descubrir una pequeña excentricidad en la
circunferencia de las órbitas tanto de Marte como de la Tierra, concluyendo así
que las órbitas eran elipses. Nació así la primera ley de Kepler: “Las órbitas
de los planetas son elipses y el Sol está en uno de sus focos”; y la segunda:
“La velocidad orbital de un planeta es tal que una línea imaginaria que lo una
con el Sol barre áreas iguales en tiempos iguales”. Su emoción por haber
descubierto una armonía común tan hermosa lo llevó a intentar ir más allá, hallando
así su tercera ley: “Los cuadrados de los periodos de los planetas son
directamente proporcionales a los cubos de sus distancias medias al Sol”.
Lo más sorprendente son las
conclusiones que dedujo de todos sus descubrimientos. Dedujo que del Sol emana
una fuerza que, al igual que la luz, disminuye con la distancia, haciendo girar
más despacio a los planetas más lejanos. Pensó entonces que la Tierra ejercía
la misma fuerza sobre la Luna y que los objetos ofrecían una resistencia al
movimiento proporcional a su masa, así como que los objetos se atraen entre si de
una forma inversamente proporcional a sus masas… un pensamiento bastante
cercano al de Newton; y muchas veces se dice que Newton simplemente resolvió el
problema que había dejado Kepler… pero eso lo estudiaremos en otro artículo.
Rubén Blasco – Agrupación Astronómica de Huesca