Relato de un eclipse. EEUU 2017

Hace ya más de un año que la Agrupación se puso a trabajar para preparar una expedición a EE. UU. para observar el eclipse de Sol de este pasado mes de agosto de 2017.


Un reto que se complicó en el momento en el que se abrió el plazo de preinscripción, 150 inscritos de los que al final fueron 120.
Preparar un viaje de este tipo para 120 personas se presentaba tarea harto complicada.
Debería ser un viaje atractivo sin que se disparara el precio y apto para todos los públicos. También tendríamos que complementarlo con algo más relacionado con la astronomía y había que movilizar, proporcionar alojamiento y desplazar dos autobuses simultáneamente (sólo había un eclipse y no podíamos dividir el grupo en dos turnos).
Los viajes al Oeste de EE. UU. se disparaban de precio y en los viajes al Este, aunque el tiempo era mucho más inseguro, podíamos visitar también Cabo Kennedy (Cabo Cañaveral). Finalmente se apostó por la segunda opción, aunque fuera más arriesgada y el tiempo pudiera no acompañar el día del eclipse.


¡El 16 de agosto la expedición se puso en marcha!
120 personas entre socios y simpatizantes de AAHU y socios de otras agrupaciones pusimos rumbo a Miami.



Una visita a Miami y próxima parada, nuestro segundo plato fuerte del viaje (el primero era el eclipse), visita a Kennedy Space Center de la NASA. Base que usa la NASA desde 1968 para el lanzamiento de cohetes.
El transbordador Atlantis, un Saturno V, Cápsula del Apolo XIV, trajes espaciales originales y un tour en bus por las áreas restringidas de estas instalaciones: plataformas de lanzamiento de la NASA, Space X, Boeing, edificio de ensamblaje... en fin, un sueño para cualquier aficionado a la astronomía y viajes espaciales.





Tercer y cuarto día: Orlando. A disfrutar peques y mayores con los parques temáticos: Walt Disney World, Universal Studios...


Próximo destino: Savannah. Desde allí partirá nuestra expedición para ver el eclipse (comienzan los nervios). De camino visitamos la población de San Agustín.
Día 21: Día del Eclipse.
Las previsiones meteorológicas no cambiaban desde hacía días. Un 60% de probabilidad de lluvias y, por lo tanto, nubes. La previsión de lluvias en la zona costera y despejado en el interior se alternaba caprichosamente haciendo más complicada, si cabe, la elección del lugar para la observación.
Previendo tráfico intenso y atascos, según advertían las autoridades, a las 8 AM  en los autobuses, preparados para partir en busca del eclipse.
Horror!. Todos montados y un autobús con una rueda pinchada!
No podía ser cierto!


Se tomó la decisión de salir un autobús por delante y así ver qué tiempo había en la zona y determinar qué dirección tomar, si hacia la costa o al interior.
Tomamos la interestatal 95, rumbo norte y al llegar al cruce con la 26 decidimos ir un poco hacia el interior para ver cómo pintaba el cielo. Había bastantes nubes y tormentas alrededor, pero hacia la costa parecía mucho peor. Decidimos parar en un área de servicio cerca de la localidad de Orangeburg para esperar al segundo autobús. Una zona gigantesca, con jardines, sombras, servicios, en la que ya se respiraba el ambiente del eclipse. Incluso había una caravana gigante instalada en la que se leía "Cazadores de eclipses". Buena señal!. El pinchazo nos había llevado hasta allí y la suerte estaba echada. Veríamos el eclipse de Sol desde ese lugar. No quedaba más que cruzar los dedos y esperar a que el cielo se despejara en las cuatro horas que quedaban de espera.


A la hora y media llegó el segundo autobús. Varios compañeros comenzaron a montar sus telescopios y equipos fotográficos en el lugar elegido. Los nervios estaban a flor de piel.


A las 13:14:40 comenzaba la fase de parcialidad y continuaban las nubes y claros. Se pudo hacer un seguimiento muy bueno de esta fase, pero algunas nubes amenazaban con tapar el Sol en el momento justo de la fase de totalidad.

Foto: Diego Fernandez
10 minutos para el eclipse total: pasa la última nube y el cielo queda totalmente despejado. Por fin pudimos relajarnos un poco. Un aficionado que había venido desde Alabama para ver el eclipse y también había terminado en ese lugar, portátil en mano, nos hizo una cuenta atrás.
10, 9, ... 3, 2, 1 y...oscuridad total. Gritos de alegría, abrazos, todos señalando al Sol... increíble!. Imposible describirlo con palabras, un espectáculo único!.



Ahí estaba!, la Luna, el Sol y su increíble corona, estrellas, planetas, todo a la vista a las 14:43:40.
La fase de totalidad acabó a las 14:46:03. Precioso pero corto, muy corto, pero con la satisfacción de haber conseguido el principal objetivo del viaje: ver un eclipse total de Sol. Un momento compartido por 120 compañeros de agrupación, sin duda todo un hito en AAHU.
Al día siguiente, y todavía asimilando lo que habíamos visto, continuamos nuestro viaje. Charleston, Raleigh (Museo de Ciencias Naturales), Washington (Museo Smithsonian del Aire y el Espacio, Capitolio, La Casa Blanca, Washington Monument, Jefferson Monument, Lincoln Memorial...), Nueva York (Estatua de la Libertad, Times Square, Chinatown, Metropolitan, Moma...).







Día 13: regreso a casa.
Un increíble viaje en el que la suerte nos acompañó.
AAHU ya está trabajando en su siguiente viaje: 2018, destino Madagascar (cielo austral).

Agradecimientos especiales para: Alberto Solanes, Olga Pallruelo y demás personal de la Agrupación que han hecho posible este viaje.
También agradecimientos para Marian Lopez y Jose Antonio Molina de Viajes Nautalia, agencia con la que hemos realizado este viaje.
J.A
         EL CIELO DEL MES DE SEPTIEMBRE 2017.  ASTROSOMONTANO    AAHU



COPÉRNICO EL REVOLUCIONARIO

COPÉRNICO EL REVOLUCIONARIO

            

             En muchas ocasiones, lo más admirable de la inteligencia del ser humano, no es su capacidad para encontrar la verdad, sino la de persistir en un error, y desarrollarlo hasta tal punto que acaba convirtiéndose en verdad. Solo somos capaces de conocer el mundo en la medida que nos conocemos a nosotros mismos. Cuando la humanidad se encuentra, ignorante, en uno de esos atolladeros, la observación del mundo suele estar desajustada con las herramientas de medida, y surgen correcciones que complican más y más el modelo vigente. Solo alguien con una mente superior, no solo a la de sus contemporáneos, sino también a la de su propio tiempo, alguien con una visión más allá de las ideas preconcebidas, es capaz de cambiarlo todo de forma que el mundo ya nunca vuelva a ser el mismo. En la historia de occidente solo tres personas han sido capaces de algo tan audaz: Pitágoras de Samos, Nicolás Copérnico y Albert Einstein; pero si hemos de nombrar a alguno de ellos como ejemplo de lucha contra los propios prejuicios y las ideas preconcebidas, sin duda ése es Copérnico.

            En una convulsa época donde el gélido oscurantismo medieval se iba fundiendo con la cálida luz que traía el tsunami del humanismo italiano en el S. XIV, la concepción del mundo iba poco a poco resquebrajándose inevitablemente con los mazazos de los nuevos descubrimientos. El arte demandaba un resurgir de las ideas clásicas griegas; un genovés llamado Colón, descubría un nuevo mundo; el hombre demandaba protagonismo frente a Dios; la invención de la imprenta abría una nueva era de difusión del conocimiento, hasta entonces recluido en monasterios; caía la orden teutónica, última de las órdenes de caballería medievales; Constantinopla era conquistada por los Turcos; se creó la iglesia protestante de manos de Lutero y se demostró empíricamente por primera vez que la Tierra es esférica, entre otras muchas cosas. Y en todo ese huracán, el menor de los hermanos de una familia adinerada de Torun, Polonia, ponía la guinda al pastel tras años de lucha interna, sabiendo que sus nuevas teorías podrían poner el mundo patas arriba. Por primera vez en la historia aparecía una teoría heliocéntrica explicada matemáticamente con gran detalle, que sería el principio del fin del geocentrismo. Estamos hablando del Renacimiento.

            Copérnico tuvo acceso tanto a antiguos escritos como mediciones de anteriores astrónomos como el Almagesto de Ptolomeo, las tablas alfonsíes sufragadas por Alfonso X el Sabio, o el Catálogo de las estrellas de Ulug Beg. Ahí encontró interesantes teorías como la de Aristarco de Samos, que proponía por primera vez el heliocentrismo, pero más a nivel filosófico que científico, las de Azarquiel, que adjudicaba a Mercurio una órbita elíptica en vez de circular, o Hicetas y Heráclides que creían que la Tierra rotaba sobre su eje. Promovido seguramente por el ambiente creativo e innovador de la Universidad de Cracovia y por su mentor en astronomía Domenico María de Novara, Nicolás Copérnico se vio imbuido de una curiosidad exacerbada por descubrir los entresijos de la maquinaria celeste. En el S. XV todavía no existía el telescopio, los instrumentos de medida eran todavía los mismos que habían estado usando los griegos muchos siglos antes, como el sextante, el astrolabio, la esfera armilar o el triquetrum, pero más precisos y más grandes, lo que permitía obtener datos más exactos. Y tal como decíamos al principio del artículo, el ser humano es capaz de persistir en un error sin saberlo mientras no tenga la evidencia suficiente. Copérnico se dio cuenta de que la ciencia estaba en un callejón sin salida. Había llegado el momento de abrir la caja de pandora.

            Siendo un hombre profundamente religioso y con una gran admiración por las teorías de Aristóteles y Ptolomeo, no somos capaces de imaginar la lucha interna a la que debió estar sometido mientras, año tras año, iba obteniendo nuevos datos y recopilando información en su observatorio. Iba a ser el artífice de la destrucción del mundo tal y como había sido conocido durante casi dos mil años. Tenía que estar preparado para respaldar cualquiera de sus afirmaciones. La Inquisición era extremadamente dura con todo aquel que cuestionara el sistema preestablecido, así que decidió dotar a su teoría con el mayor aparato matemático que se conoce hasta esa fecha.

            En su libro Commentariolus hace un resumen y una exposición anticipada de su visión del cosmos, y pese a haber tenido una aceptación mayor de lo que esperaba, Copérnico seguía reticente a publicarlo por lo que solo circularon copias entre sus más allegados. Pero su gran obra, la que le llevó 30 años escribir y completar, fue De Revolutionibus Orbium Coelestium (Sobre las Revoluciones de los Orbes Celestes). Una obra que le perturbaba profundamente por sus implicaciones y por sus consecuencias. Posiblemente no sería aceptada e incluso podría ser condenado por la iglesia católica, que lo había nombrado canónigo en la catedral de Fromborg en 1501. Pero lo que más le preocupaba es que podría cambiar el mundo radicalmente, incluso, pensaba él, sumirlo en el caos. Pese a todos esos prejuicios, su determinación a resolver el enigma celeste era tan fuerte que pasaba noche tras noche estudiando el cielo.

            Esta obra monumental consta de 6 libros: en el primero presenta una visión general de la teoría heliocéntrica, y una explicación corta de su concepción del mundo, en el segundo los principios de la astronomía esférica y una lista de las estrellas, el tercero está dedicado a los movimientos aparentes del Sol, en el cuarto se describe la Luna y sus movimientos orbitales y los dos últimos explican detalladamente el funcionamiento del nuevo sistema. Copérnico tuvo especial cuidado en los cálculos matemáticos y fue muy meticuloso a la hora de refutar la anterior teoría. Sentía un profundo respeto por la genialidad de Ptolomeo (su Almagesto era su libro de cabecera), así que, punto por punto, fue rebatiendo los inconvenientes que presentaba el geocentrismo y ofreciendo una alternativa que se ajustaba más a los datos obtenidos durante las observaciones. Puede considerarse sin ninguna duda la obra más importante de la historia de la ciencia y el principio del método científico.

            No solo dio al mundo la visión del cosmos que hoy sigue vigente. También contribuyó a la sociedad con la reforma del calendario, el establecimiento de una moneda polaca, un precio justo para el pan y el trigo o elaborando mapas. Fue además afamado médico en toda Europa, una de esas personas tan admiradas que parecen ir a la vanguardia del mundo, abriendo un camino entre tinieblas, tan osado que pocos se atreven a seguir después. Pero una vez plantada la semilla, el árbol acaba por crecer, y a día de hoy damos gracias a la vida por habernos mandado a un Copérnico.


Rubén Blasco – Agrupación Astronómica de Huesca


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